12 de septiembre de 2010

Con perdón de Dios, el Estado laico es una jalada...


Eso dice el letrado y culto obispo de Ecatepec, don Onésimo Cepeda.

Y sí, supongo que para la elite de la Iglesia Católica debe ser así, ya que desde el salinismo se la han pasado trasgrediendo las cuestiones de Estado y la legalidad sin ningún pudor, sólo porque pueden, ¿no?

La situación se ha vuelto más crítica desde que llego el panismo, aunque si llegará a ganar Peña Nieto eso no desaparecería, porque el Grupo Atlacomulco siempre se ha distinguido por contar con el respaldo de la jerarquía católica.

En los últimos años, los laicos, los ateos, los protestantes, los católicos libertarios y todos los que viven en este país, nos hemos tenido que aguantar la innumerable cantidad de picardías de estos pródigos hijos de dios, quienes se dedican a ofender a los gays, las mujeres, el estado y todo aquello que no les guste, dado que a la Iglesia, le gustan pocas cosas.

Y nadie hace nada, la Secretaría de Gobernación se queda callada, porque así se ve más bonita, y dejan que estos graves atentados mermen más y más el poder de los gobiernos.

No es sólo que declaren estas cosas, es que en realidad ejercen acciones destinadas a socavar el poder del Estado y de esa forma ir ganando terreno y poder, porque, ¡vamos, las almas de los fieles en el más allá es lo único que está fuera de la discusión!


El riesgo es muy grande, durante la historia de la humanidad, la Iglesia se ha destacado por rechazar y reprimir el libre pensamiento, ya que eso atenta directamente contra su poder en las mentes humanos.

Las leyes que se han aprobado en el Distrito Federal lo hacen un oasis enmedio de tanta discusión y violencia sin sentido. Son las únicas que en realidad tendrán un efecto a largo plazo en las consciencias de los mexicanos, incentivando la tolerancia y la aceptación de lo diferentes, virtudes que hoy se hacen tan necesarias en este colapsado país.

Así que como en la Reforma, debemos seguir la lucha por la defensa del Estado Laico...

*Cabe destacar que esta autora y para ahorrarme suspicacias, es atea, de izquierda y laica (como alguna vez se describió Michel Bachellet)

La ignomia antes que la renuncia...


Esa debe ser la frase preferida de Cecilia Romero, quien se aferra a permanecer al frente del Instituto Nacional de Migración (INM).

A pesar de su ineptitud para manejar el crecimiento del problema de ataques y secuestros a migrantes, no se le puede remover del cargo y el secretario de Gobernación sólo atina a decir que se está evaluando su trabajo...

La ignominia antes que la renuncia aprendieron los panistas de sus antecesores tricolores. Los amiguismos y las relaciones de poder pesan más en la estructura de gobierno del PAN que la responsabilidad y eficiencia en los cargos, como todos los hemos sufrido en los últimos 10 años.

Pero el problema no es solo que no sirvan para el cargo, es que a nivel humano no sienten empatia hacia "el otro". A pocos días del espantoso descubrimiento de los 72 cadáveres, Romero contestó que no es posible saber cuántos indocumentos hay cruzando por el país, ya que precisamente son ilegales y no hay forma de cuantificarlos o de ayudarlos...

Pero cómo Cecilia Romero podría renunciar, si el titular del Ejecutivo no se cansa de resaltar sus logros y decir que vamos ganando....


La ignominia antes que la renuncia....

Juaŕez en la Sombra...

A veces la única forma de ejercer el periodismo en ciudades en las que la violencia ha ganado más terreno que el Estado, es a través de la red.

Este es un blog de una española que ganó el premio José Ortega y Gasset en meses pasados y en el que se narran las diversas historias de los habitantes de "Juaritos".

Raperos asesinados, estudiantes que aprenden a escapar de las balas perdidas, adolescentes ultimados en medio de un baile, entre varias de las cosas que se viven cotidianamente en Ciudad Juárez.

Una española que decidió irse a vivir la historia y contarla, mientas se pueda..

Juárez en la sombra

1 de septiembre de 2010

¿Quién fue Anastacio Hernández Rojas?




El primer grito no es muy claro, los que le siguen están llenos de angustia, de dolor y de miedo, miedo de saber que la muerte ronda, como siempre lo hace en la frontera.



Anastacio Hernández Rojas era un migrante mexicano, tenía 20 años viviendo en Estados Unidos y era padre de 5 hijos. Limpiaba piscinas en el sur de California. No era nadie en realidad, un mexicano ilegal más, uno que se une a los cientos que deciden irse de este país.


Fue asesinado hace casi tres meses por una veintena de oficiales de la patrulla fronteriza quienes lo golpearon con toletes, puños, patadas y descargas eléctricas hasta dejarlo inmóvil.


El mundo se enteró de su muerte (aunque nunca se preocupó por su vida) cuando un joven de 24 años grabó en su celular la golpiza. En algún momento se escucha que pide que lo dejen, no le hacen caso.

Anastasio estaba tirado bocabajo, tenía las manos esposadas hacia atrás y un agente lo tenía sometido con la rodilla en la espalda, otro mantenía su pie en el cuello del mexicano, un tercer elemento participaba en la inmovilización.

Anastacio murió poco después. Mucha gente fue testigo y nadie hizo nada, es difícil hacer algo, el miedo es cabrón.


Y así como Anastacio mucha gente muere enmedio de gritos de dolor, mientras nosotros solo observamos impasibles....

31 de agosto de 2010

LOS MIGRANTES QUE NO IMPORTAN (Segunda Parte)


Otro salvadoreño de 44 años, se aplica ungüento para aliviar el dolor muscular causado por la torcedura de tobillo que se provocó hoy a orillas del río. A la par de él, Julio César fuma un cigarro, y dos de sus hijos corretean alrededor.

La primera vez que encontramos a Julio César fue en Ixtepec, al sur de México, a 2 mil kilómetros de Nuevo Laredo. Fue hace un mes y medio, y pensamos que no lograría ni llegar cerca de la frontera con Estados Unidos.

Él, albañil de 25 años, no viaja solo. Le acompañan Jéssica, su esposa de 22 años, y sus tres hijos: Jarvin Josué (7), César Fernando (5) y Jazmín Joana. Jazmín es la más pequeña de los tres. Tiene dos meses de haber nacido. Nació en el camino, mientras migraban, y casi muere en la primera aventura de su vida, cuando se le zafó de los brazos a su madre que viajaba en el techo de un tren de carga, como polizón, para avanzar en el camino, como hace la mayoría de indocumentados centroamericanos en este país.

Por suerte, Julio logró atraparla. Y ahora, aquí están todos juntos.

Cuenta Julio César que desde Ixtepec empezaron a viajar exclusivamente en autobuses. “No iba a arriesgar otra vez a la niña”, explica. Tomaron unos 15 autobuses para llegar a Nuevo Laredo. Hicieron varios tramos cortos, para evitar carreteras principales y posibles retenes. Es un hombre previsor. Hace mapas, anota rutas, pregunta y sabe esperar.

Nos asegura que está estudiando “la pasada del río”. Él ya lo hizo dos veces por Nuevo Laredo. En 2005, lo intentó solo, como el dominicano, y la patrulla fronteriza lo detuvo al solo pisar suelo estadounidense y lo deportó. En medio de la maleza de la ribera de Estados Unidos, los patrulleros de aquel país se esconden para que los migrantes que intentan cruzar el río no aborten su intento. Prefieren atraparlos de una vez antes que evitar que se lancen, porque saben que si no, de todas formas lo intentarán luego, quizá por otro sitio donde no haya un patrullero esperando o una cámara que los detecte.

En su segundo intento, Julio César pagó mil 200 dólares, con la ayuda de un amigo en Estados Unidos, y un coyote le enseñó una ruta alejada del centro urbano de la ciudad, por donde pasó y logró trabajar un año en aquel país, hasta ser deportado tras una redada en la obra que estaba construyendo en San Antonio, Texas.

Ahora, no tiene dinero para un coyote, y va a hacerlo por su cuenta, con sus recuerdos. “Quiero ir a inspeccionar la zona por la que él me llevó en 2005, y ver cómo está la corriente y si hay vigilancia, porque en enero me voy a tirar yo solo, para juntar dinero y mandar a traer a Jéssica y los niños”, explica su plan.

Esa es la diferencia de Nuevo Laredo. Es lo que diferencia a Julio de Roberto, el esquelético dominicano. Uno se lanzó en la parte más crecida del río, porque era la más cercana al albergue. Se lanzó en la parte más vigilada y casi muere en el intento. Julio lo hará hasta enero, luego de ir a estudiar un punto del río que, explica, “suele estar menos crecido”. La diferencia entre saber y no saber.

Antes de irnos, acordamos con Julio que le acompañaremos en su expedición, y decidimos hacerlo pasado mañana.

Afuera del albergue, hay siete vendedores de droga que también funcionan como enganchadores de El Abuelo. Se comunican con radio, hablan con los agentes de las patrullas de la policía municipal que pasan por la zona, y se despiden de ellos chocando palmas y puños.

El Abuelo es el señor de los polleros que suben por la ruta cercana al Atlántico, la que recorre los estados de Tabasco, Veracruz y llega a Reynosa y Nuevo Laredo. La ruta de los secuestros. Aquella donde los coyotes que no pagan se arriesgan a que Los Zetas, el grupo de narcotraficantes más sanguinario de México, según los Estados Unidos, les quiten a su grupo de indocumentados, para pedir rescate por ellos: entre 300 y 500 dólares por cabeza. Secuestros exprés les llaman. El Abuelo y sus empleados no corren con ese problema. Él, desde Nuevo Laredo, ciudad base de varios líderes zetas, acuerda el paso de sus coyotes pagando 10 mil dólares mensuales. Si es un grupo de El Abuelo, no tendrá problema para llegar hasta esta ciudad bordeada por el río Bravo.

Hace un mes y medio, un coyote guatemalteco que había sido secuestrado por Los Zetas me explicó en el sur de México cómo funcionaba la red de El Abuelo: “Paga 10 mil dólares al mes, y tiene que avisar cuando tú vas que trabajas para él, y cuántos pollos llevas. Entonces, no te hacen nada Los Zetas. Si no reporta que tú vas a pasar por ahí, y que eres de los de él, Los Zetas te secuestran a la gente que llevas, y te pegan una gran madriza a ti. Así es desde el año pasado. Han matado a varios polleros”. A él, lo torturaron apagándole cigarros en la espalda.

Un nuevo día ha pasado, y la rutina del albergue sigue igual. Dan las 4 de la tarde, y los migrantes empiezan a amontonarse en la acera de enfrente de la casa de acogida.

Ahí está Armando, un salvadoreño de 25 años. Es uno de esos viciosos del camino a los que cuesta entender. Él lleva desde los 12 años vagando por México, llegando hasta su frontera con Estados Unidos, trabajando en lo que sale, y regresando a su país cada vez que se le antoja. Su motivación la resume con una palabra: “vacil”. Dice que se aburre de estar en un solo lugar, y que de niño subió intentando cruzar y poco a poco se fue enganchando de esta vida errante. Se envició de un camino de asaltos, violaciones, mutilaciones y secuestros. A esta clase de migrantes cuesta entenderlos. Hay varias historias similares. Conocen a la perfección los riesgos del trayecto, pero hay algo en su perversión que les resulta atractivo, y que los hace adictos a sus dosis de adrenalina.

Asegura que hace apenas un mes vio un cadáver mientras inspeccionaba el río. “Flotaba allá por el parque Viveros -explica-, y eso les pasa porque la mayoría de los que se avientan aquí lo hacen a la loca, sin buscarle mucho. Y una de dos, o solo a caer enfrente de los de la migra van o se ahogan. Yo sé por dónde cruzarme, dónde no es tan hondo, pero no quiero ir a Estados Unidos”. La letal diferencia entre saber y no saber.

En los 14 kilómetros de río que dividen a Nuevo Laredo de Laredo, su ciudad estadounidense espejo, hay dos lanchas que patrullan el río, tres cámaras de vigilancia de largo alcance y con capacidad infrarroja para la noche, unos 20 reflectores y varios sensores de movimiento ocultos. Por eso, lanzarse en un punto u otro marca la diferencia entre llegar a los brazos de un agente o probar suerte por una zona fuera del casco urbano, menos vigilada. Este último es el plan de Julio César, el hondureño.

La conversación con el salvadoreño se ve interrumpida por el jefe de la pandilla de vendedores de droga y empleados de El Abuelo, un tipo de unos 25 años, con el tatuaje de un dragón en su cuello. “Ey, ¿para qué es esa cámara?”, pregunta al fotógrafo, que le explica que es para sacar imágenes de los migrantes. Luego, le dejamos claro que lo que él haga en esa esquina no nos interesa, y fotografiarlo mucho menos. “Un 28”, dice por su radio, y se va.

Seguimos hablando con Armando, el salvadoreño, y otros tres migrantes que se han sentado a nuestro lado, pero de un momento a otro, estamos rodeados por el del dragón en el cuello y otros dos de su grupo. “Ey, qué chingona esa cámara, préstamela”, dice uno al fotógrafo, que se niega a entregarla. En ese momento, un coche rojo se estaciona atrás y termina de cercarnos a nosotros y a los tres migrantes. “¡No les estés preguntando, súbelos!”, ordena el gordo que va al volante, y los cuatro tripulantes del carro se bajan. Nos ponemos de pie y nos alistamos a correr, pero el jefe del grupo suelta una risotada, y nos dice: “Tranquilos, tranquilos, no los vamos a secuestrar”. Solo querían advertirnos que estábamos en su zona. Darnos un susto para que supiéramos lo que puede ocurrir.

Después de eso, se separan y empiezan a mezclarse entre los cerca de 30 migrantes que ya se han ubicado en la acera. Van pregonando a grito limpio su oferta: “¡Con El Abuelo, con El Abuelo, mil 800 hasta Houston! Te damos comida, agua, zapatos y te pasamos en lancha. Vengan los que se quieren ir seguros”. A uno de los migrantes que estaba con nosotros le vuelve el color al rostro: “Pensé que nos iban a secuestrar”, susurra.

El caso es que el secuestro es una realidad cada vez más presente en esta ruta que sube cercana al Atlántico, y mucho de lo que ocurre más al sur se maneja desde dos ciudades fronterizas: Nuevo Laredo y Reynosa, a 250 kilómetros. El caso es que en estas zonas por donde miles de migrantes se mueven cada mes, los criminales son los dueños del terreno, las autoridades sus cómplices en muchos casos, y sus actividades, lejos de hacerse a hurtadillas, se gritan por las calles como si de vender tomates se tratara.

El 83% de las denuncias recabadas por el Centro de Derechos Humanos del albergue, en el rubro de autoridades corruptas, acusan a los agentes del departamento de Seguridad Ciudadana de Nuevo Laredo. Esto es lo recogido por el centro en solo tres meses, de junio a agosto de este año. Es lo que 477 migrantes relataron. Golpes, detenciones arbitrarias, secuestros y robo. El 83% de esos migrantes eran de Honduras, Guatemala y El Salvador.

“Esta era una zona tranquila antes de que el albergue fuera construido. Cuando se construyó se convirtió en una zona de narcomenudeo y de tráfico de personas. Se vive una situación muy fuerte. La policía está coludida con los polleros y los narcotraficantes. Aquí en esta zona opera El Abuelo, que cruza centroamericanos. Él hace un buen trabajo, ilícito, pero a quien le paga le da alguna garantía de que lo cruzará. Hemos mandado cuatro oficios a la municipalidad, solicitando mayor vigilancia alrededor de la casa”, explica José Luis Manso, encargado del centro.

Tres oficios nunca fueron contestados. Al cuarto, les contestaron con una promesa desde la Secretaría de Seguridad Ciudadana (esa que los migrantes identifican como su principal enemiga entre las autoridades neolaredenses). Hasta ahora, “ninguna medida se ha cumplido”, asegura Manso.

El albergue sigue enclavado en una zona de alto riesgo. Para describirla, Manso relata un hecho ocurrido hace cuatro días. Un asesinato: “Fue atrás del albergue. De repente, llegó la policía ministerial a tocar la puerta por la noche, de forma muy violenta. Querían información, porque les habían informado de que hubo una riña entre pandillas, entre una de mexicanos y otra de centroamericanos que se dedica al atraco de migrantes. Murieron dos centroamericanos, y otros dos están heridos de gravedad en el hospital. Lo curioso es que si hubo dos pandillas involucradas, solo hubo detenidos de una, lo que me hace pensar es que los centroamericanos muertos y los heridos, eran más bien migrantes que se resistieron a ser asaltados”.

Entre una colonia de narcomenudistas y una de las zonas ribereñas más peligrosas del río, la ubicada en el parque Viveros, a un costado del albergue, esta casa está ubicada en un área de verdad conflictiva.

Sobre el cruce del río, Manso asegura que la mayoría de los centroamericanos lo intentan por su cuenta, sin ayuda de ningún pollero: “Se cruzan nadando o pagan por un neumático para cruzarse. Por falta de dinero se cruzan por su cuenta, y es cuando ponen en riesgo su vida”.

Escojo a un migrante al azar dentro del albergue. Tiene 41 años y es guatemalteco. Le pregunto si contratará coyote. “No hay dinero”, responde. Le pregunto si conoce el río. “No”, contesta. Le pido que me explique cómo piensa cruzarse. “A la buena de Dios”, resume.

Antes de salir del albergue, acordamos con Julio César que mañana nos veremos temprano en el céntrico parque Hidalgo para iniciar la expedición. Los maleantes siguen ahí, en su esquina, esperando clientes. Nos vamos hacia el parque Viveros, donde la semana pasada aparecieron los dos cadáveres hinchados. Hay dos hombres pescando. El río es hondo en esta parte, y la corriente arrastra con fuerza el agua fría que se mueve entre las riberas igual de enmontañadas. Una en Estados Unidos, la otra en México.

El río no pertenece a ninguno de los dos países. Por convenio, cada país puede utilizar una cantidad de su agua. A estas alturas, la corriente arrastraría varios metros hasta a un experto nadador. Cuando atraviesa Nuevo Laredo, el Bravo ya ha sido alimentado por sus tres afluentes: el Pecos, en Estados Unidos, y el Conchos y el Sabinas, en México. Y no hablamos de pequeños ríos. Solo el Pecos, que nace en las montañas de Nuevo México, tiene mil 450 kilómetros.

Uno de los pescadores nos lanza una advertencia mientras saca bagres del río: “Cuando empiece a oscurecer, váyanse. Esos montes de ahí (atrás de él) los ocupan los que venden drogas para hacer sus transacciones en la noche, y los malandros para esperar a algún migrante que venga a intentar pasar”. Le hacemos caso y nos vamos a esperar que amanezca para buscar a Julio César.

Fuente

Ginsberg y McCartney...

30 de agosto de 2010

LOS MIGRANTES QUE NO IMPORTAN (Primera Parte)


(Texto del libro Los Migrantes no Importan de Oscar Martínez)

Para los migrantes centroamericanos que cruzan México rumbo a los Estados Unidos ya no son tiempos de violaciones y asaltos en parajes solitarios, ya no se trata sólo de mutilados y mujeres vejadas.

“Los machetes dieron paso a los fusiles de asalto; los rincones en el monte, a casas de seguridad; los asaltantes comunes a Los Zetas; los robos, a los secuestros”, describe el periodista salvadoreño Óscar Martínez, quien presentó su nuevo libro “En el camino. México, la ruta de los migrantes que no importan”.

En el texto se denuncia la barbarie que sufren los migrantes centroamericanos al cruzar México, con la meta de llegar a Estados Unidos. Secuestros perpetrados por los Zetas a plena luz del día, en Tenosique: migrantes secuestrados a escasos 20 metros de la estación migratoria, frente a los ojos ciegos de la autoridad.

Acompañado de tres reporteros gráficos de la organización catalana Ruido Photo, Martínez decidió montarse durante un año en los mismos trenes que los migrantes utilizan para recorrer los 5,000 kilómetros que los separan de Estados Unidos.

En su investigación descubrieron los secuestros sistemáticos de centroamericanos, perpetrados por la organización criminal de los Zetas: “Primero en la ruta Atlántica pero ahora en todos lados”, comentó el fotorreportero español, Edu Ponces, cuyas imágenes nutren el libro.

A bordo de los trenes se dan tiroteos entre los polleros y los Zetas: “Somos los Zetas, al que se mueva lo matamos”, es la amenaza que suele cumplirse con el simple hecho de negarse al atraco o al no dar los números telefónicos de familiares, a quienes les exigirán rescate.

El periodista salvadoreño junto con su equipo, pudo constatar la impunidad con la que operan no solo asaltantes, violadores y los Zetas, sino también las propias autoridades. La nota introductoria del valioso texto está a cargo de Julio Scherer. (Más información: “Crece atraco a migrantes”, en Reforma, Cultura, lunes 05/07/10)

GANAR O MORIR EN EL RIO BRAVO

CRONICA DE OSCAR MARTINEZ

La semana pasada, el río Bravo devolvió otros dos cadáveres. Nadie sabe cuántos días los había arrastrado. Aparecieron enganchados a dos piedras cercanas entre sí, en una zona conocida como El resbaladero. Un pescador los encontró. Hinchados, con la carne reblandecida y blanquecina. Amarrada con un mecate a la cintura de uno de los cuerpos iba una bolsa de plástico, dentro de la cual había varias otras. Era hondureño. Eso decía en su pasaporte. Era migrante. Se ahogó en el intento.

Aquellos cadáveres salieron a flote en el sitio exacto donde ya han salido muchos más. Justo atrás del albergue para migrantes de Nuevo Laredo, esta ciudad fronteriza con Laredo, Estados Unidos. Cuando se habla de cruzar el río Bravo se habla de Nuevo Laredo.

Si bien el cauce ocupa 1,455 kilómetros de los 3,100 que dividen a los dos países, esta es la ciudad referente para los migrantes. Aquí sí se enfrentan al río. El cauce es profundo y alberga fuertes corrientes y remolinos de agua verdosa. Aquí, el río ya funciona como frontera natural de los dos países. Funciona como obstáculo letal: muchos de los que no lo logran aparecen hinchados, reblandecidos y blanquecinos, como el hondureño de la semana pasada.

En Nuevo Laredo, la diferencia entre saber y no saber es para un migrante un factor contundente. La diferencia entre amarrarse una bolsa y lanzarse al río a patalear en cualquier lugar o conocer, ubicar una zona de pocos remolinos y poca profundidad, es lo que decidirá si el viajero va a seguir su rumbo dentro de Estados Unidos o se va a convertir en una masa de carne deformada por el efecto del agua.

Son las 5 de la tarde de este día de noviembre, y los migrantes están volviendo al albergue instalado por los sacerdotes scalabrinianos. Vienen de trabajar rellenando camiones con arena, levantando muros o vendiendo periódicos en las calles. Las reglas del albergue solo les permiten estar en la casa de 4 de la tarde a 7 de la mañana.

Hay unos 60 migrantes en el albergue. La mayoría son hondureños, seguidos en número por los guatemaltecos y salvadoreños. El muchacho negro y esquelético que está sentado lejos de los demás, con sus hombros inclinados hacia adelante y la cabeza oculta entre sus piernas recogidas, es el único dominicano en la casa. Entre burlas, los demás me recomiendan hablar con él. “Ayer lo intentó a lo pendejo, y casi se lo lleva el río”, me dice, entre risas, un hondureño joven.

El dominicano se llama Roberto, tiene 32 años, tres hijos (de ocho, cinco y tres años) y una mujer que, a dieta estricta de frijoles, lo esperan a él o a los dólares en su isla. Era busero antes de, hace un mes, salir de su tierra. Ganaba 4 mil pesos dominicanos, unos 114 dólares al mes. Es, de todos los que están aquí, el que más ha viajado para llegar. Pidió prestado a varios amigos y pagó un vuelo de República Dominicana hasta ciudad de Guatemala, donde no necesitaba visa para entrar.

A partir de ahí, empezó a migrar como todos los centroamericanos: en autobuses de tercera, a pie y en el lomo de varios trenes, hasta llegar a Nuevo Laredo, luego de haber sido asaltado seis veces, cinco de ellas por algún policía mexicano. Su viaje casi termina ayer, cuando el sol se estaba ocultando y él escupía bocanadas de agua y luchaba con la fuerte corriente del río hasta tocar de nuevo la ribera mexicana.

Lo paradójico es que Roberto está aquí porque la opción de migrar a Puerto Rico -su país vecino y considerablemente más próspero- la descartó porque no quería ahogarse cruzando los 128 kilómetros del Canal de la Mona, en el Océano Atlántico, que separa a ambas naciones.

“¿Te fracasó tu plan de ayer?”, pregunto. Y él se suelta a contar su simple método de cruce: “Qué diablos, vale, si yo no tenía ningún plan. Yo es solo que ya llevo tres días aquí, y ya estoy harto de vender periódicos de 7 de la mañana a 3 de la tarde para ganarme seis pesos (menos de un dólar) al día, y ayer me lancé. Me bajé con otras 13 personas por la parte de atrás del albergue, y llegamos al río. Eran como las 5 de la tarde. Ahí estuvimos viendo para el otro lado un rato.

Hasta que yo me puse a rezar y me tiré a nadar. Los demás se vinieron atrás. Pues nada, vale, que la corriente me arrastró varios metros, pero logré llegar con esfuerzo al otro lado, pero cuando veo para arriba, uno de esos policías enciende su luz, y nos ilumina, y yo me echo para atrás, pero ya iba cansado, y casi me ahogo en ese regreso. Sentía que no iba a poder llegar. Había tragado mucha agua”.

Rezar y nadar. Esa fue su estrategia para intentar entrar a Estados Unidos.

-¿Y qué le pasó a los demás que venían contigo?

-Unos tres siguieron para adelante. Los habrán agarrado. A los demás la corriente los arrastró más que a mí, y no los volví a encontrar en la orilla ni han vuelto para aquí.

No sería raro que en los próximos días el río Bravo devuelva algunos cadáveres más.

Según el Centro de Estudios Fronterizos y de Promoción de los Derechos Humanos, ubicado en Reynosa, donde aún corre el río Bravo, cada año, al menos desde 2005, han aparecido más de 70 cadáveres de migrantes en diferentes puntos del camino líquido. Los voceros del centro reconocen que estas son cifras parciales, y no creen que se acerquen a las reales. El río tiene muchos kilómetros de ribera deshabitada donde ocultar un cuerpo entre la maleza.

El albergue de Nuevo Laredo tiene, como todos los de México, ese punto en el que parece un campo de guerra tras una escaramuza. Un mexicano joven camina por el salón vendado de la cabeza y con el ojo morado. Es un deportado de Estados Unidos, que al intentar ir a cobrar el dinero que sus familiares le depositaron para que se regresara a su natal estado, fue atacado por los asaltantes que le quitaron los 17 mil pesos (mil 600 dólares) y le reventaron la cabeza con el mango de una pistola.

Fuente original: http://oaxacamigrante.org/noticias/?p=1562

29 de agosto de 2010

México ensangrentado...

Hoy mientras leía el Proceso sentí un escalofrío. La reseña de la hondureña secuestrada, violada y única sobreviviente de un ataque de los Zetas contra un grupo de indocumentados era terrible, dolorosa.

"Otro testimonio-recogido en uno de los refugios migratorios-ilustra la complicidad de agentes policiacos y de funcionarios del INM con grupos criminales: Policías municipales de Reynosa detuvieron a tres centroamericanas. Las entregaron a Los Zetas, quienes las violaron y exigieron dinero a sus familiares en Estados Unidos. Cuando el dinero llegó, las liberaron. Ellas acudieron con agentes de INM a denunciar los hechos. Ahí comenzó lo peor de su tragedia. Los agentes migratorios las "vendieron" de nueva cuenta a Los Zetas . En presencia de ellas los delincuentes pagaron en efectivo a los agentes. Luego las violaron tumultuariamente frente a otros inmigrantes centroamericanos. Uno de ellos protestó. Antes de que terminara de hablar fue brutalmente golpeado. Ya en el suelo, moribundo, disparos de cuerno de chivo lo fulminaron.

Dos de las muchachas fueron asesinadas y colocadas como ofrenda a la Santísima Muerte. La tercera-Daysi, hondureña- sobrevivió. En su testimonió describió además la muerte de una embarazada que se encontraba entre los secuestrados. Luego de dar a luz los plagiarios se llevaron al recién nacido mientras la madre murió porque no le retiraron la placenta. "

Según Proceso, Los Zetas controlan el secuestro de indocumentados que viajan en "La Bestia", ferrocarril que va de Chiapas a la frontera norte. Negocio lucrativo ya que piden de mil 500 a cinco mil dolares por cada uno. Reportes indican que en seis meses logran hasta 25 millones de dolares, a quien no paga, simplemente lo asesinan.

Estos secuestros no salen las noticias, nadie los reporta, nadie se preocupa por ellos. Son indocumentados pobres. La policía municipal y los agentes del Instituto Nacional de Migración (INM) están coludidos y nadie hace nada.

Centros de Derechos Humanos han pedido la renuncia de la titular del INM, por su ineficacia y omisión. Es lo menos que se puede, el problema es que en este mismo momento que escribo y que alguien tal vez lee, alguien está siendo asesinado, violado, torturado o enterrada en una fosa clandestina. Y presiento que no muy lejos de mi casa, o de la tuya....

Wikileaks

Wikileaks es un portal de información especializado en filtrar información "secreta" de la milicia norteamericana. Generó controversia cuando se difundió un vídeo de cómo un grupo de militares norteaméricanos atacaban a un grupo de civiles en Afganistan. Es impresionante. (Da click aquí para ver el vídeo)

En su portal existen miles de archivos que contienen información de las operaciones militares en oriente, pero además en América Latina. Reciente encontré un manual de cómo combatir la insurgencia siguiendo el modelo salvadoreño en Irak.

Su creador Julian Assange está refugiado en Suecia ya que existen amenazas en su contra. De hecho, se le ha acusado de acoso sexual y hasta violación. No es para menos ya que ha dejado en muy mal al gobierno gringo y puesto en evidencia al Pentagono, por lo que el Partido Pirata sueco le ofreció un escaño en el parlamento de aquel país, en caso de que obtengan el 4 por ciento de los votos en las próximas elecciones.

Este tipo de portales es muy importante ya que buscan difundir la verdad y dar la lucha contra la censura en Internet.

Aquí wikileaks

La historia de las cosas


Esta es una página con ciertos indicios de religión pero que, de una manera muy fácil y entretenida hacen un recorrido cada uno de los pasos del modelo de consumo capitalista.

Es un llamado de alerta para que pensemos en cada una de las cosas que compramos y a dónde van a parar...

Da click aquí

Primero

Decidí comenzar este blog después de mucho pensarlo. Soy una mujer de izquierda, desde mucho antes de poder votar sabía que ese era mi camino, pero va mucho más allá de una posición política. Genuinamente pienso que nuestro país está al borde del colapso y tenemos que hacer algo.

Y ese algo va es muchas dimensiones, entre ellas la de no callarnos ante el silencio y la ignominia, hacer pública la mayor cantidad de información, fomentar su divulgación y defender hasta la muerte los supremos derechos de libertad de expresión y de pensamiento.

Se define frente a nuestras manos nuestro futuro, el de nuestro país y finalmente, el de nuestro mundo. Es momento de ponerlo en palabras y nunca callarlo...